El Papa Francisco, de 88 años, enfrenta una neumonía bilateral. Desde la Casa Santa Marta hasta los pasillos del hospital Gemelli, la salud del pontífice volvió a ser tema de conversación dentro y fuera del Vaticano.

El martes por la tarde, un comunicado oficial confirmó lo que se temía: los estudios médicos evidenciaron una infección polimicrobiana, agravada por su historial de bronquiectasia y bronquitis asmática. Un cuadro clínico “complejo”, como lo definió el propio Vaticano. Sin embargo, quienes lo rodean aseguran que mantiene el buen humor y su férrea determinación.

No es la primera vez que el Papa argentino desafía las dolencias del cuerpo. En los últimos años, sus problemas de movilidad, sus cirugías y afecciones respiratorias han puesto a prueba su resistencia. Pero lejos de ceder, Francisco ha mantenido un ritmo de trabajo intenso. Hace apenas unos meses completó una extensa gira por Asia-Pacífico, la más larga de su pontificado.

El hospital Gemelli ya le es familiar. En los últimos cuatro años, ha sido ingresado en varias ocasiones. Ahora, mientras recibe tratamiento con antibióticos y cortisona, sigue la misa por televisión y se mantiene en contacto con su entorno. Anoche, incluso, encontró fuerzas para comunicarse con la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza.

Las plegarias por su recuperación se multiplican en la Plaza de San Pedro. “Espero que mejore pronto”, dice Birgit Jungreuthmayer, una turista austríaca que observa la basílica con devoción. Dentro del Vaticano, en cambio, algunos miran con preocupación el futuro. Su estado de salud se vuelve un factor clave en un año en el que la Iglesia católica se prepara para el jubileo, un evento que promete extenuantes compromisos para el Papa.

Por ahora, Francisco sigue firme en su trinchera. “Me hubiera gustado estar entre vosotros”, escribió en un mensaje enviado para el Ángelus. La fragilidad del cuerpo no parece hacer mella en su voluntad. La fe, como siempre, sigue siendo su sostén más poderoso.