Este domingo 23 de febrero, Alemania vota en un escenario que bien podría definirse como un punto de quiebre. No se trata solo de unas elecciones anticipadas llamadas por el canciller Olaf Scholz cuando su coalición colapsó. También son una prueba de resistencia para un país que lleva décadas confiando en su modelo de estabilidad y éxito económico, hoy resquebrajado. Se están derrumbando dos milagros alemanes: el de la reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial y el de la reunificación después de la Guerra Fría.

Lo que está en juego no es solo un nuevo gobierno: es la forma en que Alemania se entiende a sí misma en un mundo que ya no se rige por las mismas reglas. En este sentido, las elecciones actuales tienen como desencadentante los desacuerdos entre la coalición gobernante, que no pudo contener las diferencias sobre cómo reimpulsar el crecimiento de la mayor economía de la Unión Europea. En este 2025, tras dos años de recesión, la previsión de crecimiento económico se encuentra entre el 1.1 y el 0.3 por ciento. Si bien apenas crecerá, lo positivo es que no se contraerá.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el éxito que ha tenido Alemania se construyó sobre tres pilares: las exportaciones industriales, la energía barata y la protección militar estadounidense. Hoy, esos tres motores están en crisis.

En cuanto al primero, durante décadas el gran comprador de la maquinaria y los autos alemanes fue China. Hoy el gigante asíatico ya no necesita importar ésta tecnología: fabrica la suya propia, igual de eficiente y mucho más barata. Además, Alemania ha perdido terreno en la carrera de los autos eléctricos, no sólo frente a China sino también frente a Estados Unidos. El país no ha sabido manejar esta transición, lo que ha llevado a Volkswagen a anunciar que recortará 35.000 puestos hasta 2030. El país de Xi Jinping ya no es solo un productor de bajo costo, sino un rival directo para los germanos en sectores de alta tecnología y manufactura avanzada.

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El segundo pilar era la energía barata rusa, pero se derrumbó con la invasión de Ucrania en 2022. Alemania, que dependía del gas ruso para mantener su industria a flote, ahora lidia con precios energéticos que han disparado los costos de producción y golpeado su competitividad global. Y el tercer pilar, la seguridad garantizada por Estados Unidos, pende de un hilo. La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca amenaza con desmontar el escudo militar que Washington ha sostenido sobre Europa desde la posguerra. Esto empuja al país de Olaf Scholz a gastos militares cuantiosos y a replantear la posición en el tablero internacional.

Cuando un país está en crisis es más sencillo que aparezcan fracturas internas. Hoy en Alemania pareciera que la herida de la reunificación sigue abierta. Hace más de treinta años, la caída del Muro de Berlín prometió unir dos mitades que durante la Guerra Fría fueron casi extrañas entre sí. Pero la brecha sigue ahí. En el oeste, es decir en la occidental RFA, la economía se consolidó con un Estado de bienestar robusto. En cambio en el este, el fin de la RDA significó el colapso de la industria y la promesa de una prosperidad que nunca llegó del todo.

Ese desencanto explica, en gran parte, el avance imparable de la ultraderecha. Es en los estados orientales donde Alternativa para Alemania (AfD) logró sus mayores victorias en las últimas elecciones regionales de septiembre de 2024. En Turingia, el partido logró el 32.8 por ciento de los votos, en Sajonia el 30.6 y en Brandeburgo el 29.2. No es un fenómeno aislado ni pasajero: los jóvenes del este, que crecieron en regiones sin inversiones ni oportunidades, ven en la ultraderecha un refugio ante un sistema que nunca los integró del todo.

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Se suma además un factor que la ultraderecha capitaliza muy bien que es la inmigración. La llegada masiva de refugiados en la última década -desde la crisis siria de 2015 hasta la guerra en Ucrania- ha abierto una fractura en la sociedad alemana. El partido -nacido en 2013- ha sabido conectar el malestar económico con el rechazo a los migrantes, presentándolos como la causa de los problemas laborales y sociales. En regiones deprimidas del este, este discurso resuena con fuerza: cuando el Estado se siente ausente, el enemigo más visible se convierte en el culpable más fácil.

Un gran desafío para el resto de los partidos políticos ante el crecimiento de la ultraderecha -que hoy puede llegar a quedar como segunda fuerza política del país- es mantener el “cordón sanitario”. También llamado “cortafuegos” que impide cualquier tipo de cooperación con la extrema derecha. El desafío será articular consensos entre fuerzas democráticas con visiones divergentes evitando la parálisis institucional. Sosteniendo este cordón, por muy buen resultado que obtenga AfD, sus posibilidades de gobernar serán prácticamente nulas.

A su vez, para la ultraderecha lograr romper este cerco podría significar el camino directo a la cima del poder. Esta ruptura no ocurrió, pero sí le ha entrado una grieta. Este 30 de enero, el Bundestag (parlamento) aprobó una moción -con el apoyo de AfD- para varias iniciativas sobre inmigración. Fue un acuerdo de los partidos democristiano y socialcristiano de la CDU/CSU y su candidato a canciller, Friedrich Merz. Quien es, ni más ni menos, que el favorito para ganar estas elecciones. Este hecho produjo decenas de manifestaciones por varios días e incluso llevó a que, la ex canciller Argela Merkel, rompa su silencio para calificar de “error” aceptar los votos de AfD.

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Un hecho inédito en estas elecciones ha sido la injerencia del gobierno de Estados Unidos y su respaldo explícito a AfD. A través de su plataforma X, Elon Musk ha amplificado los mensajes de su candidata, Alice Weidel, y ha promovido la narrativa de que Alemania está siendo destruida por la inmigración y la corrección política. Además ambos han tenido un diálogo de casi una hora y media en redes sociales donde afirman que Hitler “era comunista”. Lo que significa, no sólo una falsedad histórica, sino que es un intento de quitarle la etiqueta de nazi al partido.

En tanto, el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, estuvo esta semana en la Conferencia de Seguridad de Múnich y se expresó en contra del “cordón sanitario”. Éste ha afirmado que “La amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo”. Y agregó: “Lo que me preocupa es la amenaza interior” en franca alusión a “las élites” presuntamente empeñadas en negar la voluntad del pueblo. Lo cierto es que AfD es un partido investigado por los servicios de inteligencia del Ministerio del Interior por ser un “caso seguro de extremismo de derechas”.

El mundo actual no es el de la posguerra, ni el de la reunificación, ni siquiera el de la estabilidad económica de la última década. La política internacional se mueve al ritmo de Donald Trump, Xi Jinping y Vladímir Putin, en un tablero donde las reglas están en disputa y el equilibrio de poder cambia constantemente. Tanto Alemania, como la Unión Europea, han confiado con ingenuidad en un orden basado en normas, sin tener en cuenta -como ha sugerido algún analista- que las grandes potencias quieren jugar a ping-pong con ellas.

Por lo que la pregunta ya no es solo quién gobernará después del 23 de febrero, sino qué tipo de Alemania surgirá en este mundo incierto.