En la madrugada de este domingo, las calles de Damasco (Siria) se convirtieron en el escenario de un cambio político cuando las fuerzas rebeldes, lideradas por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ingresaron a la ciudad capital.

Medios internacionales consignan que el hasta ahora presidente Bashar al-Assad, cuyo régimen había dominado Siria durante más de cinco décadas, huyó a un destino desconocido. Una vez en el poder, las fuerzas rebeldes dispusieron un toque de queda de 13 horas.

El conflicto en Siria, que comenzó en 2011 como parte de la Primavera Árabe, continúa dejando cicatrices profundas en el país y la región. Lo que inicialmente fueron protestas pacíficas en busca de reformas políticas se transformó en una guerra multidimensional que involucró a grupos rebeldes, milicias extremistas y potencias internacionales. “Siria pasó de ser un ejemplo de convivencia religiosa a un escenario de violencia constante debido a factores internos y la injerencia extranjera”, explicó la internacionalista Leila Mohanna en diálogo por Zoom.

Según Mohanna, la represión inicial del régimen de Bashar al-Assad desató un torbellino de violencia. “Las reformas propuestas se volvieron irrelevantes cuando la lucha por el poder se intensificó y surgieron múltiples facciones. El conflicto dejó millones de desplazados y más de medio millón de muertos, reconfigurando el mapa político de Medio Oriente”, señaló.

A pesar de que el gobierno sirio recuperó gran parte del territorio, el país enfrenta una crisis económica sin precedentes y una reconstrucción paralizada. “Las sanciones internacionales y la falta de estabilidad interna complican cualquier intento de reconstrucción. Siria sigue siendo un punto clave en la geopolítica regional”, concluyó Mohanna.

Mientras la guerra entra en su segunda década, los sirios continúan lidiando con las secuelas de una crisis que desbordó las fronteras del país y transformó la dinámica de poder en Medio Oriente.