En un 2024 que ya está marcando récords en focos de incendios, la situación de las quemas de cañaverales y otros campos preocupa cada vez más a los productores y expertos del sector agrícola. El ingeniero Daniel Ploper, de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres, advirtió sobre las consecuencias negativas de estos incendios para la producción de caña de azúcar, subrayando que, aunque la quema intencional es mínima en comparación con otros años, sigue siendo un problema serio.
“El fuego es algo muy dañino para los cañaverales”, afirmó Ploper, quien explicó que no solo los cañaverales se ven afectados, sino también pastizales, banquinas y basura acumulada. Según los datos presentados, hasta el 15 de julio se habían quemado 2.500 hectáreas, y para finales de ese mes, la cifra aumentó a 11.500 hectáreas. Sin embargo, comparado con años anteriores, este no sería un año récord en términos de cañaverales quemados, siendo el 2009 y 2013 los años más críticos con un 65% y 48% de área quemada respectivamente.
Ploper enfatizó que la quema de cañaverales no es una práctica deseada por los productores, ya que causa daños significativos al cultivo, como la compactación del suelo, alteraciones en la estructura física y química del terreno, y la destrucción de microorganismos benéficos para la caña de azúcar. Estos daños son especialmente graves en la cosecha moderna, donde el 98% de la superficie en Tucumán se cosecha en verde, sin necesidad de quemar previamente.
Además, el especialista explicó que los residuos agrícolas, conocidos como rastrojos, que quedan tras la cosecha, son útiles para los productores. Estos rastrojos actúan como un colchón de humedad y ayudan a dificultar la emergencia de malezas. Incluso pueden ser recogidos y utilizados como fuente de energía en calderas, en lugar de ser quemados a cielo abierto.