Cada 21 de enero se conmemora el Día Internacional del Abrazo. Esta celebración nació en el año 1986 en Clio, un pequeño pueblo de Michigan, Estados Unidos. Fue impulsada por el psicólogo Kevin Zaborney quien observó en la sociedad estadounidense cierta vergüenza de mostrar sentimientos de afecto en público. Fue así que con el objetivo de promover el acercamiento, se creó esta festividad que se extendió a lo largo del mundo. Los mexicanos tienen un término más musical y poético: “apapachar”, del náhuatl “ablandar con los dedos” y hoy “acariciar con el alma”.

Abrazar puede parecer un gesto simple, pero en verdad, supone múltiples beneficios: eleva nuestra estima, ayuda a combatir la depresión y hasta mejora el sistema inmunológico. La duración media de un abrazo suele ser de tres segundos. Sin embargo, los investigadores descubrieron que cuando un abrazo dura 20, se produce un efecto terapéutico, un bienestar físico, mental y espiritual.

“Dice la tradición que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos un día de vida”, escribió Paulo Coelho en su novela Aleph.

Ahora bien, apapachar es mucho más que la definición de la RAE, mucho más que “estrechar a alguien entre los brazos a impulsos del amor, del cariño o de otra emoción”. Aquí, instrucciones.

Y aquí, un poema.

 

La magia de un abrazo, de Pablo Neruda

 

¿Cuántos significados se esconden detrás de un abrazo?

Que es un abrazo si no comunicar, compartir

e inculcar algo de sí mismo a otra persona?

Un abrazo es expresar la propia existencia

a los que nos rodean, cualquier cosa ocurra,

en la alegría y el dolor.

Existen muchos tipos de abrazos,

pero los más verdaderos y los más profundos

son aquellos que transmiten nuestros sentimientos.

A veces un abrazo,

cuando el respiro y el latido del corazón se convierten en uno,

fija aquel instante mágico en lo eterno. 

Otras veces incluso un abrazo, si es silencioso,

hace vibrar el alma y revela aquello que aún no se sabe 

o se tiene miedo de saber.

Pero más de una de las veces, un abrazo

es arrancar un pedacito de sí

para donarlo a algún otro

hasta que pueda continuar el propio camino menos solo.