Uno de esos que no suelen darse sin consecuencias. En apenas 24 horas, la pulseada entre la industria alimenticia, los supermercados y el Gobierno terminó con un movimiento inesperado: Molinos Río de la Plata, una de las gigantes del sector, retrocedió. Donde había listas con subas de hasta 9%, ahora solo hay silencio.

El dato se conoció este miércoles, cuando la cotización del dólar oficial, que en los días previos había coqueteado con los $1.230, cayó bruscamente a $1.160. Y con esa baja —que en otros tiempos se habría traducido en cautela o especulación— llegó también un endurecimiento discursivo. Supermercados que salieron a decir que no iban a convalidar aumentos, y un Gobierno que celebró con nombre y apellido cada paso hacia atrás que dieron las empresas.

La más visible fue Molinos. La firma, junto con Aceitera General Deheza (AGD), Bunge y Molino Cañuelas, había resuelto aplicar una suba del 9% en productos clave como aceites y farináceos, señalando el impacto del precio del girasol y del trigo. “El girasol, en una botella de aceite, representa el 80% del costo”, justificaban desde el sector, admitiendo que incluso así, la suba trasladada al consumidor no era total.

Pero el miércoles, el tablero cambió. En X, el ministro de Economía, Luis Caputo, fue categórico: “Hoy los supermercados grandes rechazaron la mercadería con lista de precios nueva de Unilever y Molinos, con subas de 9% a 12%”. Más tarde, en tono celebratorio, amplió: “Molinos retrotrajo toda la suba de precios. Buena reacción. Y sobre todo, gran gestión de los supermercados, cuidando a sus clientes”.

Desde entonces, las otras empresas que habían amagado con sumarse al ajuste quedaron en pausa. Unilever, Softys (dueña de marcas como Babysec, Higienol y Elite) y SC Johnson (Raid, Off) habían anticipado aumentos del orden del 7% al 9%, pero ahora nadie se apura. “Aún no sabemos qué vamos a hacer”, dijo una fuente del sector, remarcando que el 70% de sus insumos están dolarizados y que la evaluación de costos es constante.

El impacto de la política cambiaria está en el centro de esta trama. Si el dólar se estabiliza —o incluso baja— como predice el Gobierno, los aumentos podrían quedar en suspenso, o al menos moderarse. Pero no todas las subas estaban atadas a la divisa: en otra alimenticia señalaron que ya tenían previsto un incremento del 5% para mayo, producto del ajuste salarial acordado en paritarias.

La presión también vino desde los pasillos oficiales. “No hay motivo, ni cambiario ni tributario, que justifique el aumento en las listas de precios que algunos pretenden imponer a los consumidores”, disparó en su cuenta de X Fernando Blanco Muiño, subsecretario de Defensa del Consumidor. “En el gobierno de Javier Milei no hay lugar para oportunistas”.

El supermercadismo, por su parte, salió a poner en claro su rol en este juego de fuerzas. “No aceptaremos listas de precios con aumentos desmedidos y/o especulativos”, advirtió la Asociación de Supermercados Unidos (ASU), ratificando su objetivo de ofrecer productos “de la máxima calidad y al mejor precio”.

Por ahora, la escena está en pausa. Las góndolas resisten, los precios no se mueven —al menos no como se esperaba—, y la pelota queda picando en el terreno más inestable de todos: el tiempo. Porque en la Argentina, si hay algo que nunca se congela del todo, es la incertidumbre.