Lunes. Otra vez lunes. Pero este no fue uno más. En el universo de las finanzas, donde cada click puede ser un sismo, el arranque de semana fue lo más parecido a una tormenta perfecta. Las bolsas del mundo, desde el fragor asiático hasta el vértigo de Wall Street, entraron en modo pánico. Las pantallas, casi como si lloraran, se tiñeron de rojo. El sacudón fue global. Y la Argentina, claro, no miró desde afuera.

En el Palacio de Hacienda, las luces no se apagaron. Ni siquiera con la caída del Merval —que se hundió un 2,6%— o con las acciones argentinas en Nueva York desplomándose hasta un 6%. Tampoco con el riesgo país escalando nuevamente hacia los temidos 1.000 puntos. Todo eso fue solo parte del paisaje. Lo que de verdad importaba en esos pasillos era la cuenta regresiva por un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. La obsesión por reforzar las reservas del Banco Central se volvió una urgencia. Una cuestión de supervivencia política y económica.

Desde el Ejecutivo, aseguran que el sacudón era previsible. Que ya lo habían advertido en los foros del G20, en 2024, como quien anuncia una tormenta y se resigna a mojarse. “Era claro que venía una corrección fuerte”, confió un funcionario de la Casa Rosada, entre mates y papeles impresos con curvas descendentes.

¿El disparador? Donald Trump y su regreso al viejo truco del proteccionismo duro: aranceles por doquier. Un gesto que despertó temores viejos con ropaje nuevo. El mundo olió recesión. Y los mercados, como niños asustados, reaccionaron en manada.

En ese contexto, la estrategia oficial es simple: no hacer olas. No sobreactuar. No tentar al caos. “Lo mejor es ser más ortodoxos que nunca en lo fiscal y monetario”, repiten como mantra desde los escritorios oficiales. La fragilidad, admiten sin demasiados rodeos, sigue siendo la misma de siempre: las reservas.

Y ahí entra el FMI. Otra vez el Fondo, ese viejo socio de los tiempos difíciles. La negociación, dicen, está en la recta final. La pulseada ya no es solo técnica, es simbólica. En el medio, la promesa de Milei de bajar la inflación y mostrar al mundo que la apreciación del peso no es un espejismo, sino una victoria. Aunque algunos sospechan que ese ancla, más que sostener, podría hundir.

Los informes privados son menos pacientes. Desde PxQ le pusieron palabras al vértigo:
“Las circunstancias parecen estar dando lugar a una tormenta perfecta para Argentina: el shock internacional negativo se combina con demasiadas idas y vueltas con el acuerdo con el FMI.”

Y agregan una alerta que suena a profecía: si el mundo se encamina a una guerra de monedas, el FMI debería ser el dique de contención. Pero el problema es que Estados Unidos, su principal accionista, parece más interesado en empujar la ola que en frenarla.

Afuera, el mundo cruje. Adentro, el Gobierno afina su equilibrio sobre la cuerda floja. En este lunes negro, la única certeza es que la volatilidad ya no es una excepción, sino el paisaje habitual.